dimecres, 1 d’octubre del 2014

LEER ES UNA MANERA DE ESCUCHAR, UNA INVERSIÓN DE CONFIANZA

Los ordenadores no han de sustituir a los libros de texto.

Los libros de texto se han de extinguir en primaria y secundaria obligatoria. Los ordenadores han  de tenerse a mano. Sólo eso.

La educación del siglo XXIV, creo, seguirá siendo peripatética. Un profesor y unos alumnos sentados o caminando. En este último caso con una pequeña mochila y libros. Dos o tres mil.

Seguramente vendrán en alguna cosa semejante a una tablet. Pero serán libros. Voces fosilizadas (ésta sería la parte que Sócrates no aprobaría) pero personas al fin y al cabo. En los libros de texto no hay personas hablando aunque los escriban personas. No están allí con su personalidad. No les han dejado. Y el alma humana no está para ser educada con textos sin alma.

Con el libro estableces una relación completa. De arriba a abajo. O bien le das plantón. El profesor está para presentar los libros a los alumnos. Cuando el joven se haya familiarizado con esa clase de "sociedad", el mismo buscará los mejores amigos para cada ocasión.

En un post anterior decía que la relación que se establece con un libro  de texto tiene algo de religiosa en el sentido del practicante rutinario. Más que conocimiento impone adhesiones, suele mover a la recitación, a la "dependencia de lo que es literal". Tradicionalmente se le llama "estudiar".

El libro de divulgación, si además tiene alguna cualidad literaria, es un discurso que puede hacerse tan interesante como el autor sepa. En realidad lo que hace el alumno se parece más a escuchar una conferencia. Sabiendo que al final podrá preguntar (al profesor, claro) y opinar si es el caso. El lector le otorga confianza. Escuchar (o leer) y confiar son habilidades que no morirán nunca. El libro de texto, en cambio, no trata de confianza sinó de sumisión. Convoca a un conocimiento cautivo y sin promesa de emoción.

El libro de divulgación propone una manera de escuchar atentamente. Convoca al diálogo humano. Todas las partes son libres. El autor, de atraer a su público. El lector, de acercarse, de escuchar o de aplazar. Un punto de obligación existe siempre. Todos estamos obligados con el mundo.

El ordenador está para la acción. Se le piden cosa y a menudo con urgencia. El libro es para la reflexión, para escuchar y madurar en la confianza. Ambas actitudes, creo, seguirán siendo necesarias en el siglo XXIV.

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