dilluns, 6 d’octubre del 2014

LIBRO DE TEXTO. UNA MEDICINA CONTRAINDICADA

Para un alumno no motivado, el libro de texto es como la pastilla que puedes tomarte o puedes tirar directamente al váter y hacer ver que te la has tomado. Para la mayoría de las enfermedades o de las vidas, posiblemente después no se note mucho.

La metáfora médica no es gratuita. El libro de texto se prescribe para el mal de la ignorancia. Con fecha fija, y el enfermo está en manos del médico. La relación alumno-maestro no es tan diferente de la del enfermo y el médico que espera que el alumno siga al pie de la letra sus indicaciones. El enfermo y el alumno son dependientes. El enfermo no es moralmente libre de decidir empeorar o morirse igual que el alumno tampoco lo es de seguir ignorando. En ambos casos una decisión así será vista como una trangresión. El enfermo y el alumno serán conminados a ser razonables y aceptar el tratamiento. Cumplida su misión, el medicamento y el libro de texto serán "defecados". Bien, los libros son "reciclbables" (y con la caca se hace abono compuesto).

La pedagogía con libro de texto promueve usos poco higiénicos. ¿Para qué evitar el colesterol o la hipertensión si hay comprimidos indicados para mantenerlos a raya? ¿Para qué descubrir el mundo si el libro ya me lo suministra en "pastillas"? ¿Quizá si me tomo todas las pastillas de golpe...? ¿Quizá si "empollo" el último dia...? No, mejor tragarse la lección a su hora y sin pensar. El libro de texto siempre está ahí, igual que la pastilla para el insomnio o la acidez de estómago.

El libro de texto enmascara la falta de curiosidad, de ambición, de iniciativa. Ciertamente, no impide los usos saludables, pero es el remedio sencillo que los puede inhibir. Al médico-profesor le es más fácil prescribirlo. No hace falta un médico de familia que aconseje personalizadamente. Cualquier sustituto puede recetar un ibuprofeno o cualquier otra cosa con un buen vademécum.

No llegaré tan lejos como para negar la utilidad de los fármacos, pero sí para circunscribirlos a su ámbito natural. Y creo que es en el mundo adulto donde mejor se pueden prescribir. Es lógico que un adulto haga oposiciones y utilice manuales. Es higiénico que un ingeniero de telecomunicaciones estudie con un manual sobre antenas o que un historiador deba "pasar" un texto de paleografía. Pero encuentro que recetar a un alumno de secundaria obligatoria (pongamos catorce años) un manual de Historia Moderna, es como tratar con simvastatina a un niño obeso. Evitemos la obesidad infantil.

¿Y cuál es la higiene juvenil ideal? La lectura. El diálogo con los adultos. La elaboración de síntesis propias, por ingenuas que sean. Los movimientos de renovación pedagógica han encontrado infinidad de buenas prácticas higiénicas para la mente y el cuerpo infantil y juvenil. Lo que hace falta es no abusar de la farmacopea y reducir los libros de texto a la mínima expresión posible y a su función  natural en la infancia y la adolescencia, que sería un simple recordatorio del currículo para desarrollarlo realmente con lecturas y diálogos con el profesor.

El libro de texto de cada asignatura en Primaria y ESO podría reducirse a un delgado cuadernillo de a euro. El resto estaría en la escuela o el instituto: la Biblioteca del Aula.

dimecres, 1 d’octubre del 2014

LEER ES UNA MANERA DE ESCUCHAR, UNA INVERSIÓN DE CONFIANZA

Los ordenadores no han de sustituir a los libros de texto.

Los libros de texto se han de extinguir en primaria y secundaria obligatoria. Los ordenadores han  de tenerse a mano. Sólo eso.

La educación del siglo XXIV, creo, seguirá siendo peripatética. Un profesor y unos alumnos sentados o caminando. En este último caso con una pequeña mochila y libros. Dos o tres mil.

Seguramente vendrán en alguna cosa semejante a una tablet. Pero serán libros. Voces fosilizadas (ésta sería la parte que Sócrates no aprobaría) pero personas al fin y al cabo. En los libros de texto no hay personas hablando aunque los escriban personas. No están allí con su personalidad. No les han dejado. Y el alma humana no está para ser educada con textos sin alma.

Con el libro estableces una relación completa. De arriba a abajo. O bien le das plantón. El profesor está para presentar los libros a los alumnos. Cuando el joven se haya familiarizado con esa clase de "sociedad", el mismo buscará los mejores amigos para cada ocasión.

En un post anterior decía que la relación que se establece con un libro  de texto tiene algo de religiosa en el sentido del practicante rutinario. Más que conocimiento impone adhesiones, suele mover a la recitación, a la "dependencia de lo que es literal". Tradicionalmente se le llama "estudiar".

El libro de divulgación, si además tiene alguna cualidad literaria, es un discurso que puede hacerse tan interesante como el autor sepa. En realidad lo que hace el alumno se parece más a escuchar una conferencia. Sabiendo que al final podrá preguntar (al profesor, claro) y opinar si es el caso. El lector le otorga confianza. Escuchar (o leer) y confiar son habilidades que no morirán nunca. El libro de texto, en cambio, no trata de confianza sinó de sumisión. Convoca a un conocimiento cautivo y sin promesa de emoción.

El libro de divulgación propone una manera de escuchar atentamente. Convoca al diálogo humano. Todas las partes son libres. El autor, de atraer a su público. El lector, de acercarse, de escuchar o de aplazar. Un punto de obligación existe siempre. Todos estamos obligados con el mundo.

El ordenador está para la acción. Se le piden cosa y a menudo con urgencia. El libro es para la reflexión, para escuchar y madurar en la confianza. Ambas actitudes, creo, seguirán siendo necesarias en el siglo XXIV.